En México tenemos muchas historias de terror, algunas son solo mitos, otras son más aterradoras porque son de la vida real. Todos conocemos a alguien con una anécdota digna de ponernos "la piel de gallina" cuando se trata de la forma en la que (en el siglo pasado y aún en el actual) se cobran las deudas. Al menos una vez, hemos sido víctimas de llamadas a deshoras, amenazas sin fundamento legal o de intimidación disfrazada de aviso urgente.

Esta experiencia no me es ajena. La viví cuando tenía doce años. Fue entonces que escuché, por primera vez, una llamada de cobranza dirigida a mi mamá, quien, mientras se mantenía al teléfono, miraba con terror la posibilidad de quedarse en la calle por una deuda que se le fue de las manos.

Mi madre nos criaba sola, a mí y a mis hermanos… Se había end

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