En un estrecho apartamento en la capital ucraniana, Kyiv, Pavlo, un operador de drones de 30 años que acababa de regresar del frente, abre una maleta negra del tamaño de una caja de pizza. Dentro hay un dron de cuatro rotores que pretendía volar por la habitación.

Presionó botones en la unidad de control y movió la antena a diferentes posiciones. No pasó nada. “Lo siento, hoy no”, dijo con una sonrisa. La unidad parecía estar bien, pero algo estaba roto.

En el frente, Pavlo, quien pidió ser identificado solo por su nombre de pila, era piloto de drones con visión remota ( First Person View o FPV en inglés). Es decir, modelos de drones teledirigidos por medio de una cámara de video a distancia y de una pantalla o unas gafas de video.

Estos pequeños drones, altamente maniobrables, cuenta

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