Hubo un tiempo en que la gente viajaba solo por necesidad. Con el discurrir de los siglos, los habitantes de las ciudades empezaron a disfrutar del privilegio de las vacaciones, y, con ellas, a tener la oportunidad, reservada en principio a unos pocos, de viajar y conocer otros lugares. A los que vivían en los pueblos, en cambio, atados a la servidumbre diaria de la tierra y el ganado, ni remotamente se les pasaba por la cabeza una idea así, y la palabra vacaciones era por completo ajena a su vocabulario.
Vino el progreso, y se despertó entre la población urbana más o menos acomodada el gusto por escapar, particularmente en los meses de verano, de su lugar de residencia. Se les llamó por eso veraneantes, y se establecían toda la temporada en un sitio fijo, sin ir de acá para allá, llevand