Ante todo correspondería señalar que estas disquisiciones sobre uno de los símbolos patrios, el himno nacional argentino, no persiguen un fin abolicionista. Muy por el contrario, la idea de que exista una canción nacional, que interpretamos todos al unísono -acaso una de las pocas actividades en las que estamos juntos todos los argentinos- no deja de ser brillante. Más todavía si se considera lo democrática que es esta práctica: todo el mundo tiene derecho a cantar el himno, lo haga bien o mal, afine o no, y el resultado final es siempre conmovedor. De cómo el neoliberalismo y su hija bastarda la meritocracia no han metido sus pútridas garras en este tema. Ya habrían excluido a unos cuantos, quién sabe si no los hubieran gaseado también.
Derecho.
Decimos que todos tienen derecho a cantar