Afinales de los 70, la música estaba volviéndose muy aburrida. Algunos le echaban la culpa a los hippies, que empezaban a caducarse, a ponerse un poco redundantes en sus vapores de marihuana. En los ciclos de la cultura popular, cada vez más cortos, las melenas y el «flower power» habían tenido su momento pero poco a poco los sueños por una sociedad más justa y libre se iban desvaneciendo. La alternativa musical tenía sus riesgos: el rock progresivo turnaba obras maestras con absolutos peñazos de virtuosismo interpretativo y unas letras escapistas y pretenciosas, que, en realidad, no decían nada. Entonces, una canción llegó como un puñetazo en el estómago, como un lapo en la cara (costumbres nuevas por cierto en los conciertos a partir de este momento): «Anarchy in the U. K.» era más qu

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