En 1975, Venezuela dio un paso que parecía ineludible: nacionalizar el petróleo. El país venía de beneficiarse del embargo árabe de 1973, que disparó los precios del crudo y llenó las arcas públicas. La creación de PDVSA en 1976 se presentó como un acto de soberanía y modernidad, capaz de transformar la riqueza petrolera en desarrollo, equidad y futuro. Durante sus primeros años, la empresa estatal fue ejemplo de eficiencia y orgullo nacional.
Pero la nacionalización también marcó el inicio de una peligrosa dependencia. El Estado, tentado por la abundancia, convirtió la renta petrolera en combustible para el gasto inmediato, descuidando la inversión en diversificación y en la propia industria. Con el tiempo, la politización, la corrupción y la falta de visión estratégica debilitaron a PDV