Al mediodía, las calles de Herreros de Jamuz están desiertas. No se oye ni un alma. Sólo la llegada de algún coche interrumpe el silencio. Los pasajeros con los rostros sobrecogidos, a la par que aliviados, se apresuran a entrar en sus viviendas. “Como la casa de uno, no hay nada”, constata Nieves Santamaría Peñín. A sus 86 años, lo primero que hizo al cruzar el umbral de la puerta tras dos días evacuada fue descongelar varios filetes de pollo . La comida en familia es sagrada. “Lo importante es que estamos todos juntos; después, ya iré a comprobar lo que se ha quemado”, dice a este diario. Mientras corta lechuga, a su alrededor, sólo se oye el roce de la escoba sobre el suelo. A su paso, recoge puñados negros. El incendio forestal alcanzó los bordes de este pequeño pueblo leonés situa
Los vecinos de los pueblos evacuados en León vuelven a casa: “Todos los alrededores son un desierto de cenizas”

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