Cuando Abram se enteró de que su sobrino, Lot, había sido tomado cautivo, armó una cuadrilla (trescientos dieciocho era su número), salió en persecución de sus captores hasta alcanzarlos, cerca de Damasco, donde los atacó, después de haber vencido retornó con él y todos sus bienes, por lo que fue recibido en su tierra con grandes alabanzas (Gn., 14).
Hoy podríamos preguntar qué pasaría si Abram hubiera dicho: “¿Secuestraron a Lot? Qué pena, tan buen muchacho; enviemos una delegación a Damasco a ver qué piden sus captores por devolverlo.” Sin duda, la historia de la humanidad sería muy distinta y se ilustraría el paso de una posición de fuerza al sometimiento, de la libertad a la sumisión.
Pero Abram hizo lo que hizo y quizás allí pueda encontrarse la raíz más profunda de ese singular afá