En un mundo acelerado y saturado de pantallas, cada vez más personas buscan en el viaje, la naturaleza y el ejercicio físico un antídoto contra el estrés y la ansiedad. No es casualidad: cuando salimos del piloto automático y nos movemos al aire libre, el cuerpo y la mente encuentran un ritmo distinto. El paisaje cambia, el oxígeno se siente más limpio, el pulso se estabiliza y aparece esa claridad mental que en la rutina diaria cuesta alcanzar. Caminar sendas, pedalear entre árboles o nadar en un lago se vuelve, así, una forma de terapia accesible, placentera y profundamente efectiva.
El primer beneficio de viajar y moverse en entornos naturales es la interrupción de la rumiación. Al poner el cuerpo en marcha, la atención se ancla en el presente: el terreno, la respiración, la postura