Quien evoca a Hiroshima no puede desalojar una profunda sensación de inquietud: ¿pudo realmente haber sucedido? Auschwitz y Birkenau -la cadena de montaje del Holocausto- han permanecido inmóviles, como si el último torturador se hubiera marchado. Y el impacto emocional en los visitantes es el efecto de esta persistencia de lugares. Pero no Hiroshima: es una metrópolis de más de un millón de habitantes, necesariamente ultramoderna, frenética y ordenada como todas las ciudades japonesas, una extensión de Occidente al otro lado del mundo. En ese nombre, que suena tan siniestro como el campo de concentración nazi, se encuentra la explicación de lo que puede suceder si soltamos las riendas de la guerra creyendo que podemos dominarla.
El pasado 6 de agosto se conmemoraron los 80 años de la caí