A su muerte, el siniestro hombre triste de las lágrimas y la armadura, de la penitencia y de la ropa lujosa y anticuada, tuvo el destino de convertirse en un fantasma.
A fines del siglo Dieciocho, los habitantes de la capital del mundo de la plata (que es Parral) veían a un hombre de misterioso porte transitar por la Plaza de Armas, cruzándola en diagonal. Iba callado y sombrío, dicen, y saludaba a la gente sin verla, musitando si acaso un “vaya usted con Dios” o un “santas y buenas tardes tenga su merced”, u otra de aquellas fórmulas de cortesía, como el “Dios guarde a su persona”, que cruzaba con quienes lo encontraban.
Este señor, nombrado Jesús Pérez Blancarte, dicen que se perdía cada tarde en el sombrío callejón que corría detrás de donde hoy en día es el mercado, y más allá se int