Querido lector, le cuento que después de la columna del pasado sábado, , recibí un montonazo de comentarios –que, como siempre, agradezco–, elogios inmerecidos y críticas en algunos casos interpelantes y en otros preocupantes, porque los prejuicios están ahí agazapados esperando algo que los "justifique", y ni bien ven la puntita de la uña ya se agarran del codo. Y eso siempre termina mal.
Pero si algo me conmovió de todo esto, fue una llamada. No más escuchar el ringtone , intuí que era él. Y eso que es el ringtone normal, no uno especialmente programado con un texto de Freud en alemán. Pero así, un poco a lo loco, autopercibiéndome un neurótico semidescremado en un cuerpo de clase media en vías de movilidad social descendente, atendí:
–¡Licenciado A., qué emoción escucharlo por