Cualquier aficionado a los libros sapienciales, por llamarlos de este modo que comprendería los textos sagrados, los filosóficos, los que se sumergen en unos u otros y los que en general extraen de la literatura o de la experiencia lecciones de vida, sabe que se trata de un género estimulante pero resbaladizo en el que las obras verdaderamente incitadoras alternan con otras que proyectan, cuando los autores pecan de solemnidad y condescendencia, una impresión de engolamiento y antipatía. Como en las relaciones personales, es fácil detectar a los pesados –pudridores, en la jerga del poeta– porque se dan mucha importancia a sí mismos, a veces bajo la especie de una humildad tan afectada que recuerda demasiado a la soberbia. Y por el contrario, un tono deliberadamente menor distingue a los má
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