Fines de julio. Llovía fuerte. El primero en llegar fue el ‘Quila’ Ricardo Venegas, sin paraguas ni parka, solo con una chaqueta ligera y unos zapatos elegantes de cuero que, según sus palabras, no debían mojarse. Se apostó a la entrada de la casa con su guitarra en una funda, intentando protegerse del agua.
Después llegó María José Quintanilla, cubriéndose la cabeza con una parka y protegiendo un tejido que tomaba la forma de un chaleco para guagua. “Es para una amiga”, aclara de inmediato.
Ambos tocan el timbre con insistencia, pero nadie abre la reja. La maleza salvaje oculta las ventanas del Estudio Caja Negra, oculto en una esquina de Ñuñoa. Entre gritos de “aló” y llamadas, se abre la puerta. “Estábamos con baterías, no escuchamos”, dicen desde dentro.
Los músicos entraron al estu