El Real Sitio de Aranjuez, que ya de por sí es un fandango de historia, jardines y chulapos de ribera, tiene también su púlpito de barra. Allí oficia el Juli —menos diestro que su tocayo de luces, pero con igual trapío en la muñeca para tirar cañas— junto a su inseparable Mari, que es sonrisa y abrazo en la misma persona.
Entre ambos han ido levantando un lugar que más que bar parece cofradía: parroquia de fieles que saben que el buen vivir no necesita mármol ni diseño, sino madera gastada y un porrón bien apuntado.
Ahora el maestro ha decidido abrir lo que él llama «la joyería», en la calle del Almíbar. No hay rubíes ni diamantes con miles de kilates , sino cosas más valiosas: berberecho, sardina, navaja, aceituna. Pequeños orfebres de la felicidad, montados con el pulso de quien sabe