12 de agosto de 1963. El lunes ya está terminando. La zona de Parque Lezama está tranquila, quieta. Cuatro jóvenes de traje -cómo se vestía la mayoría de los hombres en ese tiempo- llegan al Museo Histórico Nacional. Parecen estudiantes. Tienen poco más de 20 años, alguno usa anteojos, actitud vital, levemente ingenua. Parecen lamentarse, parece que llegaron tarde. El Museo cerró hace 10 minutos. Golpean la sólida puerta de madera. Nadie responde. Insisten con más entusiasmo. Una voz, desde adentro, les dice -les grita- que está cerrado, que el horario de visita es hasta las siete de la tarde. Los jóvenes no necesitan mirar el reloj para saber que ya pasaron diez minutos de esa hora. Vuelven a golpear. Piden clemencia. Explican que son del interior y que esa misma noche deben regresar a Tu
El día que militantes del PJ robaron el sable de San Martín y, para devolverlo, exigieron la ruptura con el FMI

93