“Como decía Chejov, la vida había pasado, pero la belleza también”. La autora de La dulce existencia, con esta finísima observación, cierra un párrafo de su última novela. Sutil semejanza con el maestro nacido en Taganrog, uno de los pocos escritores rusos cuyos textos, en apariencia, frágiles, no solo han sobrevivido, sino que con el tiempo van cobrando creciente notoriedad.
Milena Busquets, aunque su literatura se torna por momentos dolorosa, nunca desiste de la ironía, atributo tan poco frecuente. Ser autorreferencial no degrada, sino por el contrario, confiere sentido al todo. Difícil comprender qué hace Busquets o cómo lo hace. Para no hablar de estilo, su obra es, en más de un sentido, una serendipia; meta que algunos escritores creen haber alcanzado, y que tantos lectores, aún los