Durante la década de los noventa y los primeros años del 2000, los videojuegos de carreras marcaron una era en la cultura gamer. Títulos como Gran Turismo, Need for Speed y Ridge Racer se convirtieron en favoritos indiscutidos de una generación que buscaba adrenalina, velocidad y la ilusión de desafiar a rivales tan hábiles como ellos. Pero sin que nosotros lo supiéramos, varios de ellos nos estaban haciendo trampa.
T ras la nostalgia y los recuerdos de noches enteras frente a la pantalla , muchos jugadores recuerdan con frustración escenas donde, a pesar de dominar el circuito y aventajar cómodamente a los oponentes , de repente un automóvil controlado por la computadora los superaba de forma inverosímil.
Detrás de ese sentimiento persistente de injusticia existía un motivo conc