Por Miguel A. Ramírez-López.- Fredy y Marta se conocieron en travesía. Él venía huyendo de Honduras. Ella, de regreso a Houston. Coincidieron en un autobús que avanzaba hacia el norte, en esa franja invisible que no figura en los mapas: la ruta migrante. No hubo flechazo, sólo un gesto. Compartir una botella de agua y una que otra palabra en inglés entre tanto ruido.
Dos acentos rotos que apenas se entendían. Él, con su acento catracho, haciendo que las «eses» se le vayan en un suspiro; la típica jota que apenas se escucha; y cada palabra, llena de diminutivos, que suena cercana, como la plática confiada de la esquina. Ella, con el habla chicana, siempre escapándosele un vaivén de inglés-español: el spanglish haciendo de las suyas, soltando expresiones como si cambiara de idioma sin da