Cuando en 1974 la escritora afroamericana Alice Walker demostró que existía una tradición artística valiosa realizada por mujeres que había sido sistemáticamente silenciada —cuando no enviada al anonimato—, había muchas otras mujeres artistas que llegaban a las mismas conclusiones. A partir del planteamiento del cuarto propio de Virginia Woolf empezaron a afianzar sus propias voces, no solo se dieron permiso de escribir, además trazaron una tradición de plumas femeninas que les sirvió de base y guía para sus propias creaciones. En palabras de Walker, rastrearon los jardines de sus madres. Entre estas mujeres que publicaron en las últimas décadas del siglo pasado, después de haber localizado a sus predecesoras, destaca la figura de una de nuestras más importantes y prodigiosas narradora

See Full Page