Cuesta admitir que hasta los años sesenta del pasado siglo era de origen agraria casi toda la vida productiva de los andaluces. Había comarcas y ciudades que escapaban de manera parcial a ese dominio, pero el campo, en lo que éste suponía de medio de subsistencia, determinaba economía, trabajo, gustos, hábitos y tradiciones. Todo ello parece ya remoto y expuesto al olvido, dada la oleada de novedades que sacuden cada día la nueva vida andaluza. El campo ha perdido ya capacidad de ser visto y sentido como motor único de productividad y ha pasado a convertirse en entrañable decorado apropiado para visitas puntuales y escapadas de fines de semana. Pero lo que hoy puede parecer una liberación (porque aquella vida campesina dominante tuvo mucho de esclavitud y miseria) también ha supuesto una r

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