En tiempos de crisis política y social, la opinión periodística debería ser un espacio de lucidez. Sin embargo, cada vez es más frecuente que se convierta en escenario de desahogos personales, insinuaciones sin pruebas o espectáculos retóricos que confunden más de lo que aclaran.

El asesinato de Miguel Uribe Turbay en Bogotá, Colombia, dejó ver este dilema con claridad. Varias columnas lo elevaron a la categoría de mártir sin matices, mientras otras redujeron su trayectoria a meros cálculos políticos. En ambos extremos faltó equilibrio y rigor. La opinión debería iluminar los hechos, no manipularlos según la conveniencia ideológica.

La tentación del columnista es grande: la visibilidad rápida, el ingenio fácil, el golpe de efecto. Pero una columna, para ser valiosa, debe estar anclada en

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