Leer Las Escuelas , de Adriana Amante es entrar en un juego de espejos constante. Como si cada signo propusiera su otra cara del binomio, articulándose con el siguiente, y así armando algo que se parece más a la obra de Jorge Macchi que ilustra la tapa, Eraser Head que a un uróboro: unos lápices que se unen en vértices, generando ángulos un tanto irregulares hasta que la punta (la cabeza) se toca con el borrador. Quizás esa imagen, con todas sus interpretaciones abiertas a la imaginación de quien observe, contenga su primera declaración: escribir una historia es una carrera contra la posibilidad de que se borre.

Empezar a leer Las Escuelas con una explicación es casi una traición. Justamente la autora es una de las más importantes especialistas en literatura argentina del siglo XI

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