El afán de del presidente norteamericano por pasar a la historia como el «pacificador» que acabó con la guerra de Ucrania y, también, con el conflicto en Gaza, es laudable pero no puede ser la única guía en la resolución de la crisis abierta por Vladimir Putin en el corazón de la Europa oriental, aunque sólo sea porque la primera condición es creer en la fiabilidad de la palabra del dictador ruso, él mismo personaje que retorció el sistema constitucional que había jurado respetar para eternizarse en el poder. Ciertamente, la potencia demográfica e industrial de Rusia, sumada a la ausencia de una oposición política interna digna de ese nombre, aconseja la búsqueda de un acuerdo de paz, incluso, cediendo a los hechos consumados de la ocupación militar de una parte del territorio ucraniano, p

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