érase una vez una ciudad andaluza de mucho turismo y antiguas, estrechas y tortuosas calles llenas de revueltas cuyo centro histórico se está estrangulando con peatonalizaciones tan teóricamente buenas como mal resueltas en la práctica al dar cada vez menos posibilidades de acceso a los resistentes vecinos que no han huido de la conversión de su barrio en un parque temático abarrotado de bares, restaurantes, veladores y tiendas de souvenirs, que se diría que suprimieron el tráfico para convertir las calles en restaurantes al aire libre.

En esa ciudad, que es la mía, pero también podría ser la suya, han cegado por obras una de sus pocas vías de acceso y derivado el tráfico por un estrecho laberinto que pone a prueba las habilidades y los nervios de los conductores. Los menguantes vecinos y

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