
Durante mucho tiempo, hablar de China y de energía era casi sinónimo de hablar de carbón, humo y un crecimiento económico imparable que parecía chocar de frente con cualquier objetivo ambiental. Hoy la situación es distinta. Aunque el país sigue siendo el mayor consumidor de energía del mundo, y su economía no deja de expandirse, las emisiones de gases contaminantes empiezan a mostrar un comportamiento inesperado : crecen menos de lo que debería esperarse, e incluso en algunos periodos se reducen.
Crecer sin contaminar tanto
El dato es contundente: China consume alrededor del 27% de toda la energía mundial. Y no solo hablamos de fábricas o acerías: la digitalización, la urbanización acelerada y hasta el auge de sectores como la inteligencia artificial disparan la necesidad de electricidad cada año.
En teoría, esto debería equivaler a más humo, más CO₂ y más preocupación . Pero lo interesante es que la curva de emisiones ya no crece al mismo ritmo que la curva del consumo energético. Dicho de otra manera: el país aún usa más energía cada año, pero contamina menos por cada unidad que produce.
La transición energética al estilo chino
El gobierno se ha marcado dos metas ambiciosas: alcanzar el pico de emisiones antes de 2030 y lograr la neutralidad de carbono en 2060 . Suena lejano, pero los pasos que ya se están dando son enormes:
- Renovables a toda velocidad: la instalación de paneles solares y turbinas eólicas se ha vuelto masiva. Solo en 2023, China agregó más de 200 GW de energía solar, un número difícil de imaginar que deja en evidencia su liderazgo mundial.
- Apuesta nuclear : con decenas de reactores en construcción, el país ve en la energía nuclear un respaldo limpio y estable.
- Industria más eficiente : sectores como el acero o el cemento, responsables de gran parte de las emisiones, están siendo presionados para modernizarse.
- Coches eléctricos por doquier : en ciudades como Shanghái o Shenzhen ya no sorprende ver calles llenas de vehículos eléctricos. Uno de cada tres autos nuevos que se venden en China funciona con baterías.
- Un mercado de carbono en marcha : aunque aún limitado, el sistema nacional de comercio de emisiones comienza a poner precio a la contaminación, obligando a las empresas a pensárselo dos veces antes de emitir sin control.
Los primeros resultados
Todo esto no son promesas en el aire. Los datos empiezan a mostrar que la estrategia funciona . En 2023, más de la mitad de la nueva capacidad eléctrica instalada en el país provenía de fuentes renovables. Incluso en provincias del oeste, la producción solar y eólica ya supera la demanda local, algo que obliga a mejorar las redes de transmisión para llevar esa energía limpia hacia la costa.
A la vez, la intensidad de carbono, es decir, cuánto CO₂ se emite por cada unidad de PIB, cayó más de un 35% en comparación con 2010. Y aunque el carbón sigue siendo protagonista, se empieza a notar un cambio de tendencia.
No todo es tan sencillo
Claro está, los retos son gigantes. El carbón todavía aporta más de la mitad de la electricidad del país y, en momentos de picos de demanda, las autoridades no dudan en autorizar nuevas centrales para evitar apagones. Además, la electrificación masiva de transporte, calefacción e industria implica que la sed de electricidad seguirá creciendo.
También hay un tema regional: mientras las provincias costeras avanzan hacia economías basadas en servicios y tecnología, el interior sigue dependiendo de industrias pesadas, mucho más difíciles de descarbonizar. Y no hay que olvidar que la captura y almacenamiento de carbono , vista como una posible solución, todavía está lejos de ser viable a gran escala.
Un impacto que trasciende fronteras
El movimiento chino no se queda dentro de sus fronteras . Si el país logra desacoplar su crecimiento económico de las emisiones, el efecto será global. Para empezar, porque hablamos del mayor emisor de CO₂ del planeta. Pero también porque la masificación de tecnologías limpias en China abarata los costos en todo el mundo.
Los paneles solares, las baterías y los coches eléctricos chinos han reducido precios de manera drástica, acelerando la transición energética en otros países. Eso sí, también despiertan tensiones: Estados Unidos y Europa ven con recelo la dependencia de cadenas de suministro dominadas por Pekín y responden con aranceles y regulaciones.
Mirando al futuro
China sabe que se juega mucho . La transición energética no solo es una cuestión ambiental, sino también económica y geopolítica. Si logra liderar la industria verde, asegurará un papel central en la economía del futuro.
Por ahora, el mensaje es claro: crecer ya no significa necesariamente contaminar más . Falta camino, hay contradicciones (sobre todo con el carbón), pero el hecho de que el mayor consumidor de energía del mundo empiece a mostrar señales de cambio es, en sí mismo, un giro esperanzador.
Quizás no sea la solución definitiva al cambio climático, pero es una pieza indispensable del rompecabezas.