Una mañana de 1945, de esas en que el verano se aleja y el otoño aparece despacio, Borges llegó exultante a la casa de Estela Canto . Días antes le había escrito una carta en la que le contaba que estaba terminando “el borrador de la historia que me gustaría dedicarte: la de un lugar (en la calle Brasil) donde están todos los lugares del mundo”. Esa tarde de 1945 Borges caminó las calles porteñas con una alegría disimulada. Tocó el timbre en una casa de San Telmo, Estela abrió la puerta, se besaron las mejillas y luego de algunas palabras corteses y sonrisas tímidas, sacó el texto. Era El Aleph .

Cuando Adolfo Bioy Casares los presentó, agosto de 1944, Borges apenas le tendió la mano. Estela era una mujer imponente y ese desinterés la descolocó. Él, de 45 años, era una figura grav

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