Cartas al director

La polarización no es un fenómeno nuevo, pero sí lo es su intensidad y, sobre todo, su dimensión afectiva. En España, aunque el nivel no alcanza aún al de Estados Unidos o Brasil, la crispación política y mediática ha favorecido un clima de desconfianza que va más allá del debate ideológico. La diferencia clave es que ya no discutimos ideas, sino que rechazamos visceralmente a quienes las sostienen. Esto convierte la política en un campo de batalla emocional donde la identidad partidista pesa más que los argumentos.

El peligro radica en que la polarización afectiva no solo moviliza a los votantes, sino que debilita las bases democráticas: cuestiona procesos electorales, erosiona la confianza en las instituciones y bloquea la cooperación. Si el adversario se percibe com

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