Qué mirada tan triste tiene Bonifacio. Va para octogenario, le faltan tres cumpleaños, y a pesar de que salió de su pueblo natal, junto a Coruña, siendo tan sólo adolescente, conserva su acento gallego como si acabase de llegar de la cetárea de al lado de su casa, junto al mar que tanto añora. Qué ojos más tristes, qué mirada lánguida, a la que no llega la sonrisa ni siquiera cuando se toma dos vinos con los amigos y comentan las cosas de la vida, a menudo entre bromas. Parece que la alegría no tiene fuerza suficiente como para ascender por sus pómulos cansados e instalarse en unos ojos que suelen quedarse abstraídos, mirando el tráfico, aunque yo pienso que está mirando más lejos, al París al que se fue jovencito, o luego, cuando emigró a Montevideo y pasó más de diez años en Uruguay ante
Los ojos de Boni

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