Cuenta la leyenda que un fiero gato —llamémosle Vladimir, ya que la tradición no le da nombre alguno— tenía aterrorizada a una pacífica comunidad de ratones con la que compartía un viejo continente.
A medida que aumentaban las víctimas de Vladimir, los alarmados líderes de los roedores —me gustaría pensar que eran los más sabios pero, visto lo visto, no estoy seguro de que fuera así— empezaron a preocuparse por su seguridad; una cuestión, por cierto, que en las décadas anteriores a la llegada del felino habían tratado con la más absoluta negligencia. Vivían —o eso decían sus críticos— como si todos los gatos se hubieran vuelto buenos.
¿Qué se podía hacer para recuperar la tranquilidad de los viejos días? El "poder blando" del que habían presumido los ingenuos roedores hasta hacía pocas f