Lhasa, la ancestral capital del Tíbet, se blindó esta semana para recibir al presidente chino, Xi Jinping, quien emergió de su avión con una khata blanca al cuello, la bufanda ceremonial tibetana que evoca hospitalidad, pero que aquí destilaba un trasfondo de control político. Una multitud coreografiada, con rostros de distintos grupos étnicos, ondeaba banderas chinas en un despliegue de fervor meticulosamente ensayado. Se trata de su segunda visita a la región, esta vez para conmemorar el 60º aniversario de la Región Autónoma de Xizang, el nombre mandarín del Tíbet, un hito que evoca la anexión china de 1951. Frente al Palacio de Potala, el corazón espiritual del Tíbet reducido ahora a museo, unas 20.000 personas se congregaron este jueves en un desfile para exaltar el progreso económico,

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