Por: Jose Alexander Velásquez Giraldo*
E-mail: proyectos@menttu.com
Hubo un tiempo en que la chiva (la tradicional escalera) no hacía ruido: hacía patria. No necesitaba bocinas estridentes ni luces de neón para anunciar su llegada, porque su presencia era suficiente. Era la camioneta de los abuelos, el orgullo de los campesinos, la navaja suiza del transporte rural. En ella viajaban no solo cuerpos, sino esperanzas, costumbres y relatos. Era escuela cuando transportaba niños a sus clases, era iglesia cuando llevaba a los fieles al templo, era ambulancia cuando la salud urgía y no había otra opción. Era el hilo que unía la vereda al centro, y al mismo tiempo, el telégrafo rodante de las buenas y malas noticias.
La chiva o escalera era mucho más que un vehículo. Se le decía escalera no