Basta un olor, un sabor, un gesto mínimo para que lo olvidado regrese y se haga presente. En Úbeda, esta semana, la memoria no se enciende con el gusto de un dulce —como ocurrió con la magdalena de Proust—, sino con el sonido de unas castañuelas, la curva de un brazo y el eco de la danza bolera.
Hace más de tres siglos, nacida en Andalucía, la escuela bolera alcanzó el prestigio de la Ópera de Viena, el Covent Garden, la de Berlín o la de París. Las estrellas, las mejores bailarinas eran entonces bailarinas boleras; mujeres que con virtuosismo académico elevaron lo popular a un lenguaje universal.
Y sin embargo, pese a su esplendor, hoy la escuela bolera apenas nos convoca imágenes claras. Su rastro se percibe más en archivos y libros que en salas de ensayo, mientras que tradiciones como