Es una alegría poder hablar aquí de Esther Cross , de sus libros y de su imaginación.
Sabemos que la experiencia que inspira una ficción carece de importancia efectiva, y sin embargo siempre nos da curiosidad saber cómo un argumento se abrió paso en la mente de quien lo escribió. Borges sostenía que debía el cuento “El Aleph” a la lectura de “El huevo de cristal”, de Herbert Wells , mientras que Estela Canto proponía un origen más íntimo: el regalo de un caleidoscopio.
Esther Cross debe el nacimiento de su preciosa novela Radiana al instante en que descubrió en una librería de Boston una foto de un tal profesor Pojie. Este supuesto experto en cibernética controlaba, a través de una serie de válvulas y cables, a una muñeca de aspecto algo siniestro, Radia-na. La foto había