Conducir un Ferrari es una experiencia cargada de emociones: el rugido del motor, la precisión del volante y la exclusividad que transmite cada línea de su carrocería.

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No obstante, poseer uno de estos superdeportivos también implica enfrentar un desafío poco glamuroso: el temor a dañar los bajos o el frente del auto con un bordillo o un reductor de velocidad.

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Este tipo de situaciones, tan comunes en ciudades de todo el mundo, se convierten en una pesadilla para quienes manejan un deportivo de baja altura.

El simple hecho de estacionar en paralelo , subir un pequeño desnivel o cruzar un reductor puede convertirse en un gasto de miles de dólar

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