Charco con el baño móvil de fondo en el parque del Alcázar/ Imagen: Pedro Pablo Fernández

La verdad que este era un hecho tan habitual que mi hija ya se había dado cuenta de que algo no era normal. Que, a pesar de ser verano, no haber llovido en meses y alcanzar los 42 grados de máxima cada día, el charco al que mi pequeña hacía referencia, no solo no disminuía con la científica y lógica evaporación, sino que aumentaba día tras día.

Pasar a la zona de columpios se había convertido en una travesía cada vez más apropiada para Pepa Pig y su pandilla que para nosotros. Y me explico. Para poder sortear el dichoso charco, había que bordearlo subiéndose a la zona ajardinada, saltando el adoquín, saliéndonos del camino inundado, evitando así tanto mojarnos los pies como las picaduras de las avis

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