Juan coge el metro todas las mañanas para llegar puntual a su oficina. En este trayecto, entre empujones, personas todavía dormidas y móviles que iluminan caras cansadas hay algo que nunca falla: el mal olor. Este se cuela en el vagón y convierte el aire en irrespirable hasta que Juan llega a su parada y vuelve a respirar con normalidad. No obstante, al sentarse por fin en su silla dispuesto a comenzar el día, ese olor vuelve y descubre que el cuerpo de algunos compañeros de trabajo no solo habla, sino que también grita.
Al igual que Juan, muchos nos hemos encontrado en algún momento de nuestra vida a un compañero cuyo olor corporal resulta poco agradable. A veces es una situación puntual, pero otras, esta se vuelve cotidiana e ir al trabajo oliendo mal se vuelve la norma. En estos cas