Por tres horas que se sintieron como media, vi todo lo que albergaban los olmecas. Vi la cabezas, sí; pero también tronos para los monarcas
El tiempo es un pasillo largo y blanco, con una sutil inclinación hacia abajo. Cuando estás frente de él, es tan largo que no distingues el final —aunque sabes, eventualmente, el recorrido acaba. La pendiente no ayuda, haciendo que parezca el descenso a una cueva donde la vista recta encuentra su fin predecible, por una pared imprevista que guía a otras profundidades. El blanco es tal que ya no sabes si la luz viene de una letanía de tragaluces, unos focos escondidos o algún tipo de magia. Solo queda un vago entendimiento que hay que bajar y recorrer el camino delante de uno. De entrar al tiempo; a su caverna.
No puedo decir que lo anterior es una me