El Cementerio Central de Bogotá no es únicamente un lugar para enterrar a los muertos. Se ha convertido también en un escenario donde conviven la solemnidad de las grandes estatuas con la fe de quienes llegan buscando alivio para sus penas. Entre mausoleos imponentes y tumbas desgastadas por el tiempo, se han ido formando historias que escapan a los libros de historia. Allí, en ese terreno de mármol y polvo, hay tres muertos que, sin haber pasado por altares oficiales ni ser canonizados por el Vaticano, se convirtieron en santos para la gente común.

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Ese cementerio nació por decreto, cuando en la Colonia se decidió que los muertos no podían seguir siendo enterrados a las afueras de las iglesia

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