El Lavi lanza el envite. «Échale papas», dice el cantaor. Roberto Jaén ayuda con sus palmas. También la guitarra de un jovencísimo Benito Bernal secunda la idea. Entre todos, sobresale una figura en lo alto del es María Moreno. Firme, no duda en recoger el guante que le han lanzado sus compadres. Ha venido a jugar... y a bailar, por supuesto.

No tarda en romper a sudar. Y aquí, nadie se salva. Si el artista suda, el público lo siente. Es uno de los privilegios del Corral: tocar a la estrella. Vivirla. Moreno sigue a lo suyo. No frena. Va a más. Apaliza las maderas del escenario con sus zapatos. El serrín de las tablas salta por los pliegues de su falda. Se le cae una horquilla y pasa a mejor vida en apenas segundos. Dos, tres, cuatro «taconeaos» y queda convertida a chatarra sin que su du

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