Hoy Israel masacra impunemente porque cuenta con el sostén de Estados Unidos y la cobardía de la mayoría de los países de la Unión Europea, pero cada bandera desplegada, cada flotilla que zarpa y cada protesta que interrumpe la normalidad contribuyen a romper ese muro de silencio
El director de la Vuelta a España ha calificado como “violencia” la pacífica interrupción de la carrera realizada por unos activistas justo en el momento en que pasaba el equipo de Israel. Los acusados portaban únicamente una bandera de Palestina y una pancarta en la que denunciaban el genocidio que el gobierno israelí perpetra con la complicidad de muchos poderes económicos y políticos. Por suerte, la acción en cuestión tuvo un amplio eco mediático, lo que prueba que fue efectiva y útil.
De eso se trata: de visibilizar y deslegitimar la política criminal de Israel, así como de denunciar la tibieza de los gobiernos que todavía tienen margen para presionar y detener la masacre. Aunque probablemente los activistas enfrenten consecuencias legales —como sucede en toda acción de desobediencia civil— su gesto ha sido necesario e importante, y debe ser reconocido como tal. Son fórmulas de acción política que históricamente han contribuido incluso a derribar regímenes opresivos.
Durante los años setenta el régimen del apartheid sudafricano contaba aún con un fuerte respaldo internacional y, todavía en los ochenta, Reino Unido y Estados Unidos bloqueaban sanciones globales contra Pretoria, mientras que países como Israel o Japón mantenían relaciones comerciales privilegiadas. Algo que ayudó a cambiar aquel panorama fueron los boicots, las desinversiones, los embargos y los bloqueos simbólicos, sin menospreciar los movimientos geopolíticos de fondo y, sobre todo, la fuerte oposición interna de los movimientos sudafricanos por la liberación. La cuestión es que, en este contexto de deslegitimación internacional, el ámbito deportivo resultó clave: Sudáfrica fue suspendida del Comité Olímpico Internacional en 1964 y, tras el acuerdo de Gleneagles en 1977, quedó progresivamente aislada en todas las competiciones.
La imagen internacional de un país se deteriora rápidamente si sus deportistas son excluidos de las competiciones deportivas por razones políticas de peso. Por eso hubo poca oposición a la exclusión generalizada de los deportistas rusos tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia en 2021. Sin embargo, pese al genocidio cometido por Israel y a que la opinión pública internacional es mayoritariamente contraria a sus políticas (en España un 82% considera que lo que está pasando es un genocidio), el apoyo institucional y político internacional sigue siendo férreo. Esto se explica tanto por el respaldo incondicional de Estados Unidos al régimen de Netanyahu como por lo que revelan declaraciones como las del propio director de la Vuelta.
¿Cómo es posible que, en medio de un genocidio, un responsable de esa relevancia criminalice una protesta pacífica que reclama simplemente el fin de la masacre? Lo anormal no es que haya quien interrumpa a estos deportistas, como si el mundo de la competición deportiva fuera otro distinto al nuestro. Lo anormal es que, con la cantidad de miles de personas asesinadas, todavía no se haya excluido a Israel de las competiciones deportivas. El deporte nunca debería ser neutral, como los ejemplos de Sudáfrica o Rusia ponen justamente de relieve. Y, sobre todo, no debería ser asimétrico (¿por qué Rusia sí y no Israel?).
No creo que quepa ya duda de que Israel y Estados Unidos están vulnerando las principales normas del derecho internacional. El último hito ha sido impedir por primera vez en la historia que los delegados palestinos participen en una Asamblea de Naciones Unidas, negando la voz a las víctimas justo cuando más necesario es escucharlas. Todo ello mientras el mundo veía en directo un nuevo asesinato intencionado de periodistas y sanitarios que atendían a los heridos tras un bombardeo. El intento de Israel de silenciar a testigos y víctimas recuerda a las dictaduras más brutales, y cada vez son menos quienes pueden negarlo o simplemente ignorarlo. En este contexto, toda acción de desobediencia civil resulta imprescindible para seguir acumulando presión sobre la comunidad internacional.
Este domingo parte desde Barcelona una nueva flotilla hacia Gaza, con centenares de personas procedentes de 44 países. Su objetivo inmediato es romper el bloqueo y hacer llegar medicinas y alimentos a la población palestina. Pero su meta de fondo es aún mayor: seguir mostrando la inhumanidad del gobierno israelí y sus políticas asesinas, que matan de hambre y por bombardeos a miles de personas cada mes. Probablemente serán interceptados o secuestrados por el ejército israelí, y desgraciadamente no se puede descartar algo peor. Por eso necesitan más que nunca nuestro apoyo. Porque, si alguna vez se logra detener este genocidio, será también gracias a estos actos heroicos de desobediencia civil.
La historia enseña que los regímenes criminales no caen por sí solos: caen cuando pueblos y movimientos deciden desobedecer, boicotear y resistir hasta que los gobiernos que les apoyan directa o indirectamente ya no pueden seguir mirando hacia otro lado. La honorable lucha del pueblo sudafricano se benefició del final del privilegio comercial y la financiación que muchos países occidentales mantenían con el régimen del apartheid. Hoy Israel masacra impunemente porque cuenta con el sostén de Estados Unidos y la cobardía de la mayoría de los países de la Unión Europea, pero cada bandera desplegada, cada flotilla que zarpa y cada protesta que interrumpe la normalidad contribuyen a romper ese muro de silencio. Quizás algún día se logren los objetivos de sancionar y romper relaciones con el régimen criminal de Israel. Si contra el apartheid sudafricano fue necesario un movimiento internacional sostenido, frente al genocidio en Palestina lo es aún más. La cuestión no es si debemos actuar, sino de qué lado de la historia queremos quedar. Cada granito de arena cuenta.