Estimulada por la música desde el minuto uno, la escritura de Haruki Murakami no habría llegado a ser lo que es sin el club de jazz que él regenteaba de joven –el Peter Cat, en Tokio–, que dio cobijo a sus primeros tanteos narrativos entre melodías improvisadas y agitación bohemia.
Ya reconocido en su estela novelística de eco mundial, el autor repasa esa afición juvenil en el conjunto rigurosamente ameno de Retratos de jazz, una serie de textos breves dedicados a algunos de los íconos del género que escoltan a su vez 55 pinturas sobre jazzistas realizadas por el artista Makoto Wada.
Sentados frente al parlante por igual a la hora de encarar sus respectivos aportes al volumen, Murakami y Wada componen una enciclopedia cómplice tan íntima como colectiva que declara su amor por un movimien