Miré el reloj y faltaban cuatro minutos para las ocho, era una noche lluviosa, cogí mi pocillo con el agua aromática que parecía hervir a borbotones, me paré en el balcón y empecé a observar la ciudad, Medellín, cada vez más ancha y caderona, pero, no deja de ser hermosa, su mirada coqueta embellece todo este valle rodeado de montañas. Desde el piso trece veía titilar a lo lejos luces de todos los colores, parecían luciérnagas inundando lo que otrora fuera un pueblo, antes una pequeña Villa y hoy una gran Metrópoli.

Por un momento pensé que en esta urbe las personas, a pesar de su cercanía no se conocen; sí, hace muchos años la palabra vecino quedó archivada en los anaqueles de la historia, solo se habla de copropietarios o arrendatarios. Estando juntos somos anónimos. Desde lo alto del e

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