Hace unos días, una buena amiga tuvo un hijo. Me acerqué a una juguetería a elegir un peluche bello, uno del que se enamorara el niño. Pero salí de la tienda con el más feo de todos. Me dio pena que nadie lo eligiera porque sufría desperfectos de costura visibles. Siento mucha debilidad por los objetos que son despreciados por sufrir alguna tara. Muchísima. No soy nada animista, pero me irrita que, en un mundo en el que todo se marchita —empezando por nosotros mismos—, haya gente que busque la excelencia en todo y en todo momento.
En la Feria del Libro de Madrid, me irritó mucho ver a lectores escoger el libro más impecable. ¡Descartaban el ejemplar si la faja estaba algo dañada! ¡La faja! Era insoportable. Y una alegría cuando, de higos a brevas, un lector me decía: hazle algo al libro p