En la linde con el Báltico, donde el río Narva separa a la Estonia europea de la Rusia que sigue en guerra, las colas se han convertido en parte del paisaje. Miles de viajeros aguardan con paciencia el lento avance de la fila, entre tres y cuatro horas, para pasar un control que les permita sostener la rutina en medio de una fractura bélica. Los ciudadanos se encuentran sometidos a la presión de los controles, las advertencias sobre el dinero en efectivo, a los formularios interminables y a la mirada constante de dos Estados que han endurecido la vigilancia desde la guerra Rusia-Ucrania. En la actualidad las sanciones europeas ahogan el comercio con Moscú bajo el paraguas de un conflicto que se prolonga ya por más de tres años. Cruzar la frontera entre Estonia y Rusia ha dejado de ser un m

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