Yo no sé si para bien o para mal, los informes de gobierno de hoy en día, pese a la restauración presidencialista, palidecen si los comparamos con aquellos espectáculos –dudo en llamarlos cívicos–, que nos regalaban los presidente del último priísmo; de los arrebatos autoritarios de Díaz Ordaz, al mesianismo tercermundista de Echeverría, o de el histrionismo de López Portillo a la deriva, hasta el arranque de autismo de Salinas, todo en rigurosa y obligatoria cadena nacional, cada primero de septiembre los mexicanos nos entreteníamos –no nos quedaba de otra y además era feriado–, en conocer qué tan alejado estaba el monarca de turno de la realidad.
Los informes comenzaban con el eufemismo ese del ‘honorable’ Congreso de la Unión y aquella frase sacada de algún manual secreto de presuntas