Déjenme que les cuente una historia. (Es muy corta, ya verán). Había una vez un alcalde, en Villar del Río, pueblo de Castilla, que informado de que venían de visita los americanos, y persuadido para disfrazar a los vecinos de flamencos, y disfrazarse él mismo, creyó oportuno convocar al pueblo en la plaza y comparecer en el balcón para darles una explicación sobre aquella carnavalada.

El alcalde de Villar del Río sabía que debía una explicación. Otra cosa es que a base de admitir que la debía acabar por no pagarla. El alcalde era tan de ficción como la condición flamenca de sus vecinos. Y el discurso circular del alcalde, Pepe Isbert, quedó como caricatura afilada de las comparecencias vacías de gobernantes confusos. Ignoro si Salvador Illa es berlanguiano —la política española sí que lo

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