En octubre de 1066, la batalla de Hastings selló algo más que el destino de una triple contienda por un trono: modificó todo un idioma.

Con la victoria normanda del ejército de William el Conquistador, Inglaterra no solo cambió de monarca, cambió de voz. Durante los siglos siguientes, el inglés dejó de ser exclusivamente germánico, siendo permeado por el francés de los tribunales, las cortes y los nobles que llegaron a Gran Bretaña en el siglo XI. Y hoy, más de 900 años después, esa huella persiste.

Antes de la conquista, el inglés antiguo de raíces germánicas era el idioma de la tierra, del campesinado, de la vida cotidiana. Con la llegada de los normandos, el francés se convirtió en la lengua de poder: se hablaba en los castillos, en los juicios, en los contratos, en las escuelas y en

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