Existen palabras tan ajenas a nosotros pero a la vez tan familiares, que cuando las escuchamos parece que se trataran de un déjà vu. Eso representa para mí el término “reforma tributaria”. Cada vez que lo escucho, sé que algo se avecina. De hecho, ya todos sabemos qué es, porque sin importar el gobierno de turno el cuento es el mismo de siempre: que no hay plata y que tenemos un déficit que debemos cubrir. Pero nadie se pregunta ¿por qué si hemos aumentado en un 49,3% el presupuesto público en los últimos 4 años, todavía no nos alcanza la plata? O, si en realidad nuestros líderes son tan negligentes manejando las finanzas públicas hasta llevarlas al déficit cada dos años, ¿por qué no hay responsables? Y, ¿cuál ha sido la sanción por despilfarrar nuestro ahorros?

Lo más irónico de todo es

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