La Iglesia tiene su propio plan de comunicación, pero a pesar de contabilizar su feligresía mundial en cerca de tres mil millones de personas, no le resulta sencillo alcanzar con sus verdades ni siquiera en los países donde el cristianismo es mayoritario. Esas naciones, esos estados, en los que los modismos y las irreflexividades condenan el reconocimiento de la condición católica a una cierta impopularidad, en el mejor de los casos a una mirada conmiserativa como si, más allá de una libre elección entre la fe y la racionalidad edificada por cada uno, obedeciera tal autorreivindicación a un modo de discapacidad. En términos evangélicos, se trasladaría en un "no saben lo que se dicen".
En otros, directamente se induce a la generalización como si esta institución universalizara en abso